No conocí a todos mis abuelos. Mi abuelo materno y mi abuela paterna murieron antes de que yo nazca. A mi abuelo paterno lo vi una sola vez, cuando era muy chico, en Chile. El único recuerdo que tengo claro es él mostrándome una cajita de madera donde guardaba cosas, no me acuerdo qué cosas.
Solo conocí a mi abuela materna, Mary, la vieja del pelo blanco, la vieja que sabía.
Mi abuela sabía, era docente, fue política, leía, se instruía y nos instruía. Cuando alguno de sus nietos decía algo incorrecto, lo mandaba a buscar la enciclopedia, la “Quillet”. Mi abuela era una educadora, le mandaba cartas a los diarios, se indignaba con las faltas de ortografía, era culta, era racional y correcta, escuchaba música clásica y se tomaba un wiski todas las noches mirando algún programa sobre política en la tele. Cuando iba a almorzar con mi novia, le decía: “Daniela, civilizalo a Limay por favor”, porque yo nunca cumplí con sus parámetros de educación, nunca fui políticamente correcto, era, según mi abuela, “un contrera”.
Mi abuela podía ser un poco dura, le costaban las demostraciones de afecto, la incomodaban los abrazos, como a mi, por eso tengo muy pocos abrazos con mi abuela.
En sus últimos años, con mi abuela compartimos todos los veranos y un poco más, 4 meses por año. Al terminar el ciclo lectivo, me iba de vacaciones a su casa y ella siempre me recibió con los brazos abiertos (pero sin abrazos). Era una persona dura pero amable, mi abuela daba, donde veía una necesidad se hacía presente, era compasiva. Cuando me vine a vivir a capital, a estudiar arte, ella, a pesar de no aprobar mi elección de estudio, me mandaba cartas con recortes de exposiciones, notas sobre museos o cualquier cosa de arte que encontrara, porque era dura, pero era atenta y entendía las elecciones individuales. Mi abuela me regalaba libros para mis cumpleaños, siempre, nunca leí ni uno y un día se lo dije, no le gustó pero al siguiente cumpleaños me regaló un cd, “Crash Boom Bang” de Roxette, la banda que me gustaba. Mi abuela no aprobaba mi elección de estudio, pero cuando le mostré un libro que armamos con el “Café Porteño”, con mis fotos, lloró de la emoción, porque su amor por mí iba más allá de lo que ella esperaba de mí, porque en realidad lo que ella esperaba de mí, era que sea quien yo quisiera ser.
Con mi abuela todos los días dábamos un paseo por su jardín para ver las plantas. Con todo el amor y sus ojos de agua brillosos me decía cómo se llamaban, me contaba cuándo plantó esta y cuándo plantó aquella, se sorprendía por cómo habían crecido, se fijaba si florecían, si venían los bichos. A mí no me interesaban las plantas, a mí me gustaba escucharla y caminar con ella agarrada de mi brazo.
Mi abuela era lectora, tenía una biblioteca repleta de libros que nunca miré.
Con mi abuela no llegamos a coincidir en tiempo y espacio con los mismos intereses, nunca pude tener una conversación seria sobre política con ella, porque me aburría, nunca pude hablar de plantas, de modelos de cultivo, de épocas de siembra, porque me aburría.
Hoy la vida me encuentra dando ese paseo por las plantas todos los días, con sus ojos. Hoy, esté donde esté, las plantas son parte de mi. Hoy la vida me encuentra escribiendo y armando una editorial. Hoy la vida me encuentra políticamente inquieto, tal vez con otras convicciones que las de mi abuela, pero interesado y viviendo la política con su misma pasión. Hoy mi abuela se refleja en lo que soy, hoy veo que lo que viví con ella en todos esos veranos, me dejó marcas, tal vez inconscientes, tal vez no tanto.
Hoy soy mi abuela, como soy mi madre, como soy mi padre, mi hermano, mi hija, mi pareja.
Muchas de nuestras historias, mucho de lo que somos, está atravesado por nuestras relaciones y, en ese sentido, los abuelos, las abuelas, son personajes particularmente especiales, porque se nos van rápido pero en ese poco tiempo que están al lado nuestro se nos quedan tatuados. Porque los viejos saben, los viejos tienen historia, tienen una vida entera en su cuerpo.
Hacía mucho tiempo que no pensaba tanto en mi abuela, la tenía en un rinconcito ahí, siempre presente pero un poco ausente. Hasta que me llegó este libro, que llegó gracias a la editorial, que existe gracias a algo que mi abuela sembró en mí. Así parece que es como mi abuela decidió volver, en forma de libro y no parece ser casualidad.
“Mi abuela es un jardín” es la historia de una abuela pero de todas las abuelas y de todos los abuelos. Un libro sensible, nostálgico. Es un libro profundo que nos muestra que la muerte no es la despedida, que la muerte nos trae algo más que dolor, que la muerte es otro comienzo. Este libro es un libro hermoso, escrito por Jun Sáenz y acompañado de los dibujos mágicos de Natalia Epstein.
“Mi abuela es un jardín” es una experiencia que cala hondo, una experiencia para la introspección, para leerle a un ser querido, para leer en soledad, para compartir.
Desde Garza de Papel les presentamos, felices, esta obra, este homenaje a una abuela, a una historia, a una vida y a una pérdida.
Presentamos “Mi abuela es un jardín”, de Jun Sáenz y Natalia Epstein.