Arrancamos tarde, para no fallarle a la tradición, con destino a la primer parada de todo viaje: Urdampilleta, donde, como siempre, nos esperaba Marta, siempre Marta, con la cena y los brazos abiertos. No hubo mucho tiempo para disfrutar del paraíso urdampilletense y al otro día, lo más temprano posible, arrancamos para Viedma, el destino final del viaje, donde nos esperaba la feria y donde, también como siempre, nos recibió mamá, siempre mamá.
En el camino vimos mil cigüeñas y cada una nos sorprendió con su gigantez, “parecen dinosaurios” era el comentario común. Vimos garzas, benteveos, patos, flamencos, caballos, algún ñandú, lechuzas, millones de vacas y ovejas, llamas, zorros, los infaltables y divinos cuises al lado del camino y varios bichos tristemente atropellados. Nos cruzamos con un camionero deprimido que tenía un calco que decía “no es fácil” adelante y atrás otro que rezaba “dios por qué me hiciste pobre”… “El Chuky” y “Gustavo” fueron otros camiones que dejaron marca. El autito gritaba por el peso de las cajas con libros mientras perdía agua y prometía problemas. Pero llegamos, con parada intermedia por la lucecita de la temperatura prendida y el miedo a que todo explote. Y de vez en cuando, se meaba un zorrino.
Viedma adelante.
Pasamos por las afueras de Patagones y cruzamos el puente nuevo, desde donde vimos el paisaje. El paisaje que es historia y fue el puntapié inicial para todo esto. Porque el paisaje se convirtió en libro, el libro se convirtió en editorial y la editorial se convirtió en viaje, en viajes. Aunque tal vez, el puntapié inicial para todo esto no fue el paisaje, si no quien nos llevó a ese paisaje y, quien nos llevó a ese paisaje fue quien nos recibió ese día y así y todo quién sabe, tal vez el puntapié inicial fue lo que la llevó a ella a vivir en ese paisaje hace tanto tiempo, porque, como dice el cuento, “toda historia tiene un inicio incierto”.
Madre nos esperaba con las pastitas y el pan de pita, con la chocolatada para la nieta, la cerveza para los “grandes” y toda la buena onda del universo.
Llegó el sol del día siguiente y con él, el primer día de feria. Arrancamos temprano armando el stand, de la mano con Vir, acomodamos los 3 libros de la editorial, al lado pusimos los de la editorial amiga Pi-ediciones, que nos compartió sus títulos para que complementen los nuestros. Con el paso de los días el stand fue adornado con la visión artística y las manos de Aime, que fabricó banderines y origamis y hasta aportó estrategias de venta haciéndose pasar por compradora de vez en cuando. Y la primera visitante del stand fue la turca, que se llevó un ejemplar de cada libro, apoyando desde todos lados, como hace la turca.
Y tocó la presentación del libro, a sala llena. Con mi niña ahí, en primera fila expectante a ver qué hacía su padre… Y su padre era una máquina de transpirar nervios, inseguridades, no saber qué decir, dónde meterse los brazos… pero los niños, increíbles los niños, se pusieron la presentación al hombro y a fuerza de interés, preguntas e ida y vuelta, se dio un momento hermoso que culminó con saludos afectuosos, surreales dibujos de regalo, firmas y recomendaciones para el próximo libro.
Llegaron las chicas, estas dos personas de otro mundo que son María y Yanina, que viajaron, compartieron, acompañaron y fueron parte de todo. A ellas también les tocó presentar su libro y María, además, dio un taller de arte donde repartió conocimiento y experiencia como la mejor.
De todo pasó en la feria. Apareció y desapareció Pepo, amigo de la infancia, como fantasma con esa sonrisa tatuada de él. Pasó a saludar María Cristina Casadei, la profe, de cuando estudié en la Alcides Biagetti, nos hicimos regalos y se prometió un encuentro más largo, que se espera, para la próxima vez. Me enteré que de chico me cuidaba un pibe dos años mayor que yo, Javier, el vecino de enfrente de Piedrabuena 86, que me reconoció y me contó una historia que yo ya había olvidado y en un momento, estando solo en el stand, aparece una mujer a preguntarme si podían bajar los libros por esa entrada, una cara que me sonaba familiar pero por el barbijo no terminé de reconocer hasta que ella me dice “Limay?” y sí, la mujer era Paula, una hermana de la infancia que estuvo como representante de una editorial de Bariloche. Una sorpresa con todas las letras de la palabra, otro encuentro, este tal vez más inesperado, que nos llenó.
En la feria conocimos editores, escritores, ilustradores, poetas, personajes de todo tipo y de todas partes del país, personajes que enriquecen y llenan de aprendizaje.
La feria fue una experiencia increíble, nuestra primera vez, con emociones fuertes y recuerdos nuevos. Una feria a la que no hubiésemos ido de no ser por Cintia, esta mujer que parece incansable, que organizó, nos invitó, consiguió hotel para las chicas, consiguió viandita y no paraba de ir de acá para allá para que todo salga lo mejor posible y así salió.
Antes de nuestro último día tocó cena con pescado, profiteroles, cerveza y mucha risa con Yanina y María, que les tocaba volver y dejaban un principio de amistad en la silla.
La despedida, como no podía ser de otra forma, fue con los turcos. Los turcos que han sido y son casa, hogar, el Turco que es protagonista de la historia de Maragato y que están y que siempre van a estar, pase lo que pase, porque hay gente que no se va de donde uno los tiene.
Volvimos chochos, agradecidos y con más ganas de seguir andando este camino, que está poblado de gente hermosa que nos recibió como la gente hermosa sabe recibir, con la sonrisa completa y el corazón abierto.
Fue un viaje increíble.